Veneno de mujer

Aquí se habla de la envenenadora como asesina singular, cuyas notas características la separan del resto de criminales, aunque también compartan otras que son afines. Y para evitar que nadie, salvo las propias envenenadoras, se sienta ofendido, recalcaremos que no estamos hablando de la mujer, sino de la delincuente, como podríamos hablar de los violadores, sin que eso englobe a todo el sexo masculino, como arteramente pretenden argumentar seguidoras extremistas de la misandria.

En su propia etimología, el veneno (venesmon), nos informa que es un instrumento de Venus para alcanzar el amor. En su desarrollo lingüístico arrastra conceptos ambivalentes, lo venífico, no siempre reportó efectos benéficos exclusivamente, sino también la muerte. Ocurre de la misma forma con los preparados de Helena, nacida de Zeus, que unas veces son mortales, y otras, saludables.

Cierto es que no siempre se aquilataron tanto las palabras como en la actualidad y que algunos de los más grandes escritores y pensadores lanzaron muchas veces sus ideas con notable ligereza. Por ejemplo, el propio Cervantes no tuvo empacho es escribir que “La cólera en la mujer no tiene límites”, como si en la mujer radicase un grado de maldad mayor que en el hombre por el mero hecho de ser mujer. Juvenal también se deja arrastrar por el camino de la exageración cuando las define como vengativas: “Nadie experimenta más placer en su venganza que la mujer”. Y si nos acercamos al campo del que trata esta colección de mujeres, la palma se la lleva San Gregorio por ser autor de una frase capaz de suscitar agravios: “La mujer posee el veneno del áspid y la malicia del mono”. Durante siglos la dicotomía mujer/veneno está presente en moralistas y en la cultura popular, por lo que es frecuente tropezar con pensamientos similares a los de San Gregorio, o con dichos populares como el que asegura que “la mujer es una aberración de la naturaleza, un asqueroso sapo que destila veneno por todos sus poros”. 

De todo eso y mucho más trata este libro.